Mi amigo David Perpiñán, que me conoció en mi época más borde y sociópata (cuando estaba estudiando veterinaria), me envió una vez un mail memorable. Yo había comenzado hacía poco mi segunda carrera y David me preguntaba: "María José, ¿cómo te va? Seguro que ya has hecho una única amiga, con la que te sientas en el fondo de la clase a criticar a todos los demás". Bueno, esto da una idea aproximada de cómo era yo en mi tierna juventud. Supongo que ya había mejorado bastante antes de venir para acá, pero igualmente empezar de nuevo en un país extraño te estimula las habilidades sociales.
2. Estoy aprendiendo que mi madre siempre tenía razón.
"Si no limpias, al menos no ensucies" + "Ahora tienes la habitación hecha unos zorros, pero verás que cuando vivas sola sí que te molestará el caos". Qué perlas de sabiduría me soltaba mi madre, y yo sin darme cuenta. ¡Cuánta razón tienes siempre, mamá! ¡Qué ganas me entran de gritarle esa primera frase a mi compañero de casa cuando deja restos de pomelo por toda la cocina, o los platos sucios en la pica durante días! ¡Y qué maruja me he vuelto, por Dios! El otro sábado dediqué toda la mañana a dejar la mencionada cocina como los chorros del oro... y peor aún... me entró un gustirrinín cuando la vi tan limpia y brillante... ¿es grave, doctor?
3. Estoy empezando a comprender el síndrome del emigrante
Yo una vez tuve un novio extranjero que era bastante gruñón. Me parecía que se enfadaba demasiado por nimiedades y siempre estaba criticando a los catalanes. Pero ahora entiendo que el estar en tierra extraña a veces te pone de los nervios. Hay días en los que todo lo de los americanos me parece mal. Por suerte, es bastante infrecuente.