lunes, abril 30, 2007

Y llegaron los 30...

Pues sí, pues sí, he entrado en la treintena, qué dolor, pero al menos lo he hecho con una buena fiesta y rodeada de gente estupenda.

Resumen del finde de celebraciones: el sábado de buena mañanita recibí un hermoso ramo de 30 rosas rojas enviado por mis señores padres (Interflora, qué gran invento) y el resto del día me lo pasé organizando el guateque. En la fiesta, me honraron con su presencia Irenka & Diego (Berkeley), Edgar & Ceci (Davis... por cierto, que la postal de la foto me la regalaron ellos) y Al (Oakland), al que no había visto desde el año pasado, cuando nos conocimos en India. Además de estos visitantes ilustres, a los que agradezco muchísimo que se tragaran horas de carretera para venir a celebrar mi cumpleaños, vinieron una veintena de amigos de Santa Cruz. Fue un triunfo de fiesta, estuvimos comiendo, bebiendo y bailando hasta las 3 de la madrugada, que aquí en los Estados Unidos son horas intempestivas. Al día siguiente me despertaron dos de mis cinco tías García gritando (digo, cantando) el "cumpleaños feliz", lo cual tampoco estuvo tan mal porque así me levanté y me fui a comprar los ingredientes de mi primera paella ever, que acabé de cocinar a eso de las 4 de la tarde. Entre nosotros: creo que no salió muy bien, pero como ninguno de mis invitados a comerla era español (había americanos, un alemán y una mexicana), pues como que coló por buena.
Otros momentos estrella a destacar: la llamada de mi abuela (duró solo dos minutos, porque mi yaya le tiene terror a la factura del teléfono, pero aún así fue un detalle), las de los amigos y el libro que he recibido hoy via Amazon de parte de Lisa (un besazo, guapa).
En fin, un gran fin de semana que casi me hizo olvidar la impresión que me da cumplir los 30 y sospechar que debería empezar a comportarme como una adulta. Lástima que hoy haya tenido que volver a la normalidad y a los deberes, que se me han ido acumulado estos días.
Os dejo con unas fotos:

Momento pastel (me pusieron menos velas de las que tocaban, creo que para que no llorara)

Esa paella que tanto trabajo me dio... ¡cómo admiro ahora a mi madre!

Mis conejillos de indias para la paella. De izquierda a derecha: Barbara, Julia, Matt, Jan, Justin y Mike (Jake se apuntó más tarde).

jueves, abril 19, 2007

Trabajarás en lugares extraños...

¿Dónde si no en mi oficina en el Stanford Lineal Accelerator Center (SLAC) podría tener yo un detector de rayos cósmicos? Bueno, no es exactamente mi oficina, es la del director de comunicaciones de SLAC (que le ha cogido cariño al trasto éste y ha decidido instalarlo encima de una mesa), pero como tengo allí mi sillita y mi ordenador, la considero mi espacio también.

Pues sí, el armatoste de la foto es un detector de rayos cósmicos. Lo enchufas y en menos de un minuto te muestra que te acaban de golpear verticalmente doce rayos, mientras siete más te atacaban diagonalmente y otro rayo traidor te pegaba horizontalmente sin que tú lo supieras. Como para preocuparse, vamos. Y preocupante es también que tener una maquinita así en la oficina me parezca una chulada. O que me emocione un poquito el llevar puesto un contador de radiación X en el trabajo (¡y es que vivo al límite!) y mucho más el compartir cafetería con tres premios Nobel en física, que ya están bastante viejecitos.

Será verdad lo que me ha dicho hoy el director de mi máster, que cuando hoy le he enseñado mi chapa del superhéroe "SLACerman: ¡Más rápido que un electrón acelerado!", me ha dicho muy preocupado: "Oh, María José. Te estamos conviertiendo en una auténtica nerd."

(Si a alguien le interesa leer un poco más sobre mis prácticas en Stanford, que pinche aquí )

martes, abril 17, 2007

Stanford Report (2)

Y éstas son las otras historias que escribí para el Stanford News Service:


Researchers create artificial enzyme that mimics the body's internal engine [link]
High schoolers go on cross-country trip to learn about the civil rights movement [link]
Ancient Malindi coral reef tells story of soil erosion in Kenya [link]
Physicist John Harris to deliver Hofstadter Lecture on origin of hot 'quark soup' [link]

jueves, abril 12, 2007

The joys of surf


El domingo pasado me animé por fin y fui a probar por primera vez esto de surfear. Maldita la hora en que me dejé convencer. Debería haber escuchado las sabias palabras de una amiga de clase, que cuando otra compañea propuso apuntarnos a un curso de surf, respondió: "I'd rather take a class on sleeping on rusty nails (antes me apuntaría a una clase de dormir sobre clavos oxidados)". Cuánto sabe.

En primer lugar, debí haber sospechado cuando mis amigos me dijeron que en vez de ir a Cowells, la playa de los novatos, era mucho mejor ir a Manresa Beach. Fui con tres chicos que saben bastante y dos chicas que están aprendiendo (pero que son mucho más deportistas que yo). Los chicos fueron a echar un vistazo a las olas, volvieron al aparcamiento y dijeron que eran "perfectas para principiantes". Así que me embutí en un traje de neopreno que me habían dejado (más tarde me explicaron que las reglas de cortesía del surf permiten mearte -para mantenerte calentito en el océano- incluso en los trajes prestados, cosa que comprensiblemente me dio un poco de grima), agarré la tabla y me dirigí muy decidida a la orilla. Una vez allá, miré las olas y pensé "jopé, pues a mí me parecen enormes", pero ellos venga a insistir: "que no, que son perfectas. ¡Métete!". Así que cuando Justin volvió a por mí, me dije a mí misma que no era cuestión de ser gallina, me metí en el agua y me tumbé bocabajo en a la tabla. Y venga olas y más olas viniéndome de cara, pero al cabo de un rato ya le había pillado el truquillo y no me tiraban de la tabla. Aun así, lo de intentar avanzar remando era simplemente agotador: los brazos enfundados en neopreno me pesaban una barbaridad (ahora comprendo por qué los surfistas tienen esas pedazo de espaldas). Creí que no podía haberme alejado demasiado de la costa, pero cuando me giré a mirar, vi que no era así. Entonces probé a sentarme en el surfboard, pero las olas eran demasiado grandes y frecuentes, y no podía hacer nada de nada, así que decidí volver a la playa. Ahí empezó el episodio terrorífico: mientras intentaba remar hacia la orilla yendo contracorriente, las olas me golpeaban sin piedad, me tiraban de la tabla, me volteaban y encima, al tener la tabla atada a la pierna con un arnés, la maldita me pegaba unos estirones que ni te cuento. Me dio un calambre en la pierna, no paraba de tragar agua, no había tenido tiempo a recuperarme cuando me volvía a golpear otra ola... Me entró el pánico. Tenía a Justin al lado diciéndome "¡si no pasa nada! Bloquea la nariz, sumérgete y verás qué fácil", pero yo sólo quería salir pitando de ahí. Que al fin y al cabo se trataba del Océano Pacífico, leñe, mucho más salvaje que la amable y familiar bañerita que es el Mediterráneo.

En fin, que al final logré salir y, mientras mis amigos seguían surfeando, me senté en la toalla sintiéndome muy desgraciada. Un chico me estuvo observando un rato, se me acercó y me preguntó si era la primera vez que intentaba surfear. Al decirle que sí, me dijo "Oh, entonces nunca deberían haberte traído a este sitio. No sólo hay una corriente muy fuerte, sino que además hoy las olas son una mierda y casi no hay manera de meterse". Me sentí un poco mejor conmigo misma (y bastante más cabreada con mis amigos), y cuando las chicas propusieron intentarlo en Cowells otro día sólo nosotras tres, les dije que sí. Pero entre nosotros: ya veremos.