En enero se publicó un estudio que afirmaba que Santa Cruz es el pueblo con más opciones de comida sana de toda California (aquí podéis leer el artículo al respecto en el Sentinel y que, por cierto, escribió uno de mis compañeros de clase). No me sorprendió demasiado: desde que empecé a ir al súper por aquí, una de las primeras cosas en las que me fijé es que todo, todo, todo, es “organic”. Desde las lechugas, pasando por los cereales del desayuno, hasta la comida para las mascotas (pero yo a Lola le compro pienso comercial, que sale más barato. Y bien guapa que está). Y la opción orgánica no sólo la encuentras en tiendas súper saludables como New Leaf, sino que hasta la cadena nacional Safeway ha puesto un apartado orgánico en la zona de frutas y verduras. Está bien, no me importa: la comida orgánica no es mucho más cara que la comercial (al contrario que en España, donde orgánico = sácate un riñón y pasa por caja), y no sé si será por la publicidad, pero las frutas cultivadas sin herbicidas ni pesticidas me han comenzado a saber mejor que las de toda la vida.
Lo que no me tiene tan indiferente es lo del vegetarianismo, que pese a que no ha sido científicamente probado que vaya relacionado con lo de “organic”, a mí me huele que es así. Y es que en Santa Cruz hay mogollón de vegetarianos. Viniendo de una sociedad muy carnívora (¡olé el jamón!), al principio me sorprendió ver la de opciones vegetarianas que había en todos los restaurante (“sustituye los huevos por tofu por sólo un dólar más”). Después me di cuenta de que algunos de los amigos que invitaba a cenar a casa eran vegetarianos y que, maldición, yo le había puesto un poco de embutido a todos los platos. Creo que más o menos he aprendido a preguntarles a mis invitados si tienen “dietary restrictions” antes de empezar a cocinar. Pero lo que todavía no he aprendido es a no ponerles cara de pena y decirles “pobrecilla/o, no sabes lo que te estás perdiendo”, o el gran clásico: “si pudieras probar el jabugo, te olvidabas de tus hierbas”. No se lo toman muy bien, como tampoco le mola a mi amiga Lisa que le diga “¡Vente a cenar! Siempre tendremos alguna zanahoria para ti” o a mi amigo Matt (que se viene conmigo y Julia en un road trip que hemos montado para estas inminentes vacaciones de primavera) cuando le amenazo con echarle trocitos de bacon en las comidas que prepararemos con el cámping gas. Mi otra amiga vegetariana, Rachel, tiene más aguante con mis bromas, pero es que ella es una vegetariana de mentirijillas, ya que a veces se zampa los trozos de frankfurt que pongo en mi deliciosa ensalada de patatas.
Lo que no me tiene tan indiferente es lo del vegetarianismo, que pese a que no ha sido científicamente probado que vaya relacionado con lo de “organic”, a mí me huele que es así. Y es que en Santa Cruz hay mogollón de vegetarianos. Viniendo de una sociedad muy carnívora (¡olé el jamón!), al principio me sorprendió ver la de opciones vegetarianas que había en todos los restaurante (“sustituye los huevos por tofu por sólo un dólar más”). Después me di cuenta de que algunos de los amigos que invitaba a cenar a casa eran vegetarianos y que, maldición, yo le había puesto un poco de embutido a todos los platos. Creo que más o menos he aprendido a preguntarles a mis invitados si tienen “dietary restrictions” antes de empezar a cocinar. Pero lo que todavía no he aprendido es a no ponerles cara de pena y decirles “pobrecilla/o, no sabes lo que te estás perdiendo”, o el gran clásico: “si pudieras probar el jabugo, te olvidabas de tus hierbas”. No se lo toman muy bien, como tampoco le mola a mi amiga Lisa que le diga “¡Vente a cenar! Siempre tendremos alguna zanahoria para ti” o a mi amigo Matt (que se viene conmigo y Julia en un road trip que hemos montado para estas inminentes vacaciones de primavera) cuando le amenazo con echarle trocitos de bacon en las comidas que prepararemos con el cámping gas. Mi otra amiga vegetariana, Rachel, tiene más aguante con mis bromas, pero es que ella es una vegetariana de mentirijillas, ya que a veces se zampa los trozos de frankfurt que pongo en mi deliciosa ensalada de patatas.
No sé, tal vez la falta de proteína va asociada con una pérdida del sentido del humor… o tal vez mis guasas no tienen ni puta gracia. La verdad es que ya podría ser más buena con mis amigos vegetarianos, porque son vegetarianos buenos, del tipo “live and let live”, no de la clase de los que tienen que evangelizar a los demás sobre su maravillosa opción alimentaria (que de esos también los hay, que me lo han contado).
4 comentarios:
... interesante amiga M.J... a ti te van convertir? (no, lo dudo)
Donde esté un Jack in the Box...
Dales duro mariajose!!!!!!!!! que de algo he de vivir yo joder.
Aunque parezca mentira el otro dia leia que si, la falta de proteina te lleva a peor mood y la gente lo mejora con ingestiones mayores de azucar y grasa. Probablemente esto no tnga nada que ver con tus amigos y tus bromas pero vaya de tonterias que descubre la ciencia.
Viva el jamón.
En lo del jamón, tienes más razón que San Guijuelo, pero recuerda que las "verduras de toda la vida" son esas que tenían las abuelas (por lo menos la mía) en la huerta. Y a esas no se les echa herbicida, que sale caro.
Pena de huerta, oyes. Menudos sacos de cebollas y patatas, pimientos y tomates nos traíamos del pueblo...
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